11 de junio de 2012

El calcetín rojo


Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Metódicamente la pequeña buscó en todos los rincones de su habitación. Uno a uno abrió los cajones de la mesita, con mucho cuidado fue dejando toda su ropa sobre la cama. No quería que se arrugaran sus camisetas así que las extendió sobre la colcha y buscó el pequeño calcetín que había desaparecido. Era un calcetín rojo, de algodón, con una diminuta flor blanca bordada en la gomita del tobillo. Se los había regalado su abuela hacía ya dos años y unos cuantos meses, en su cumpleaños. La abuela los había comprado en un mercadillo y después había bordado la flor a mano, una margarita blanca en cada calcetín, los había envuelto con un bonito papel de regalo y se los dio a su nieta el día que cumplía 5 años. Se los compró un poco grandes, para que le duraran algún tiempo. A la niña le encantaban, siempre se los ponía cuando iba a ver a su abuela. Una vez al mes su papá, su mamá y ella recorrían los doscientos kilómetros que separaban sus ciudades y pasaban el día con ella. Cuando llegaban la pequeña era la primera en darle un beso y su abuela sacaba del bolsillo un caramelo o alguna otra chuchería y se lo daba. La niña entraba hasta el cuarto de estar y buscaba a Robi, el gato que hacía compañía a la anciana, le rascaba detrás de las orejas y se sentaba en el sillón a comerse su regalo junto al animal. Le gustaba mucho ir a ver a su abuela y a Robi.
El calcetín no aparecía por ningún sitio y la niña estaba segura de que la noche anterior lo había dejado sobre la mesita junto al resto de la ropa que se iba a poner. Preguntó a su mamá pero ella tampoco sabía dónde podía encontrarse el calcetín perdido y aunque la ayudó a buscarlo otra vez no lo encontraron. Su mamá le buscó otro par, unos calcetines blancos de algodón que le quedarían muy bien con su ropa. Un poco triste por no poder llevar los calcetines rojos de su abuela terminó de vestirse y subió al coche junto a su familia.
Llegaron sobre las doce, tras más de dos horas de viaje en las que la pequeña vio una película de dibujos animados en su reproductor de DVD. Se bajó del coche y se alisó el vestido para quitarle algunas arrugas, cogió de la mano a su mamá y caminaron unos minutos, le pidió a su madre las flores y las dejó sobre la lápida. Le dijo hola a su abuela y le recordó que la quería mucho y la echaba de menos. Lloró un poquito, y su mamá le dijo que no pasaba nada, pero ella no quería llorar porque las primeras veces que fue a verla allí en lugar de verla en su casa había llorado mucho y seguro que su abuela se ponía triste si la veía llorar. Pasaron allí un buen rato, limpiando y quitando las flores viejas para que las nuevas, unas margaritas blancas, estuvieran perfectas. Después comieron en una terraza muy bonita y ella pidió helado de postre.
Al llegar de nuevo a casa la niña llamó a Robi, que ahora vivía con ellos porque la abuela ya no podía cuidarle. El gato bajó las escaleras del piso superior y se sentó a los pies de la niña para que le rascara detrás de las orejas, traía un calcetín rojo en la boca, seguro que había estado jugando con él durante todo el día.