12 de noviembre de 2010

El día de la muerte

Llegaron muchos hombres, muy temprano, demasiados hombres y demasiado temprano. Aún quedaban un par de horas para el amanecer. Habían venido con un gran camión, mucho mas grande que las últimas veces. Todas nos estremecimos, sabíamos que hoy se llevarían a más, mas de la mitad de las que quedábamos al menos. Nadie dijo nada. Los hombres bajaron del camión y de los coches que lo escoltaban. Fueron buscando y eligiendo. Por lo que podía ver esta vez se llevarían a todas las jóvenes, al menos treinta o cuarenta. Las juntaron cerca de la puerta principal, algunas gritaron.

Cuando terminaron de meterlas en el camión vinieron a por el resto. Cogieron a muchas, a algunas las conocía bien, a otras solo las había visto alguna vez. Esta vez también me eligieron a mí, estaba preparada, después de haberme librado tres veces sabía que alguna vez sería la mía. Nos golpearon para que nos pusiéramos en fila, una detrás de otra, guardando un estricto silencio. Algunas intentaron oponer resistencia, pero las porras eléctricas mantuvieron el orden. Las primeras de la fila comenzaron a subir a la parte trasera del camión, volví la cabeza para ver cuantas habían quedado. Nos miraban con tristeza, sabiendo que jamás volverían a vernos, sabiendo que la próxima vez serían ellas, todas sin excepción harían el viaje. La que iba delante de mí se orinó. Ocurría a menudo.

Detrás de mí subieron al menos otras diez, ya no cabían más. Estábamos hacinadas, unas junto a otras, sin poder movernos, casi sin poder respirar. Muchas gritaban. Todas teníamos miedo.

El trayecto fue un infierno, una vez que el sol estuvo en lo mas alto del cielo calentó la chapa del camión hasta convertirlo en un horno. Al menos dos murieron, quizá alguna más, aunque yo no podía verlo. No nos dieron comida, ni agua. Las heces y el orín acumulado en el suelo de la caja del camión emitían un hedor insoportable.

No puedo decir cuanto tiempo estuvimos en el camión, pero al llegar al destino ya era noche cerrada.

Abrieron la puerta trasera, los hombres gritaban y golpeaban las chapas para que saliéramos. Habían colocado unas vayas metálicas a los lados formando un camino hasta el edificio, no podríamos correr. El camino se fue estrechando hasta que solo podíamos pasar de una en una. Calculé que debía ser la quinta, o quizá la sexta. Algunos hombres empezaron a golpearnos para que caminásemos. Lentamente empezaron a caminar las primeras, todas seguíamos poco a poco el camino marcado. Siguieron golpeando a las rezagadas. El terror era palpable. Un hombre a mi derecha fumaba y reía alegre hablando con otro. Baje la mirada para no encontrarme con la suya.

La primera de nosotras entró al edificio por el estrecho camino metálico. Las voces de los hombres dentro y el ruido ensordecedor de maquinaria retumbaban en mis oídos. Entonces la primera cayó muerta. Dos hombres la arrastraron hacia la derecha y desapareció. La segunda ocupó su lugar en la fila. A los pocos segundos también se desplomó, una vez mas la arrastraron fuera de la fila. Pude ver al hombre que les sujetaba la cabeza, les colocaba una pistola en la frente y disparaba, sin inmutarse, sin pestañear, sin ningún tipo de conciencia. Cayó otra, y la cuarta. Sólo había una delante de mí, no quería avanzar. Chilló e intentó volver sobre sus pasos, pero la golpearon y la sujetaron entre dos. La acercaron lo suficiente para que el tipo del arma pudiera hacer su trabajo. En el último momento giró su cabeza intentando escapar y el golpe no fue tan certero como los anteriores. La sangre salpicó la cara de los hombres. Ella chillaba y pataleaba. Un segundo disparo terminó con los gritos. La arrastraron a la parte derecha. La siguiente era yo. Caminé firme y me detuve delante del asesino. Lo miré fijamente a los ojos, sin temor, sin pestañear. Colocó el arma en mi frente y disparó.

El tipo del arma se secó el sudor y se miró el cuerpo sin vida.

- ¿Cuántas quedan?.
- No se, quizá treinta o cuarenta.
- Esta última parecía que sabía lo que ocurría, me ha mirado de una manera muy rara.
- Joder tío, no digas chorradas, son solo vacas y cerdos.

Arrastraron el cuerpo hacia la derecha, lo colocaron en la cinta transportadora y la vaca se perdió de vista.

Recuerdos

La fecha en la que escribí esta historia ronda los primeros meses de 2004.

Abro los ojos, no veo, un punzante dolor me atraviesa la cabeza, estoy tendido en el suelo, intento enfocar la vista para averiguar donde estoy, no puedo, cualquier esfuerzo hace palpitar un incesante dolor en la parte posterior de mi cabeza. Con esfuerzo logro palpar la parte dolorida, está húmedo, puede ser sangre; alargo los dedos mojados hasta los labios y compruebo el sabor peculiar que emana de una herida.

Vuelvo a abrir los ojos, una espesa niebla tiene oculto todo lo que hay a mi alrededor. Me incorporo pesadamente, un punzón doloroso y caliente parece atravesar mi nuca, tardo unos instantes en tomar aliento. Veo un poco mejor, a pesar de la borrosa y confusa información que llega a mis ojos, alcanzo a discernir que estoy en una habitación de paredes blancas. Muchos cuadros adornan las paredes, aunque no puedo ver que es lo que hay en ellos. Hay muebles, de madera posiblemente, un par de sillas, una mesa, estanterías que parecen repletas de libros...

Intento recordar mi nombre, no lo se. Sólo soy capaz de enlazar confusos retazos de pensamientos y recuerdos. Fuerzo mi mermado sentido de la vista para recorrer la estancia, tras de mí hay una gran mesa, y mas atrás un ventanal, no puedo ver que hay tras él, es noche cerrada, o al menos no hay luz mas allá de la enorme cristalera.

El sentido común me habla desde el fondo de mi conciencia, desde luego no estoy retenido, nadie hubiera dejado un preso en una habitación con tan fácil salida. Ninguna ligadura me impediría huir.

Intento averiguar algo más, busco en el bolsillo de la chaqueta que llevo puesta, encuentro una cartera, hay muchos papeles, documentación y abundante dinero. No veo bien, soy incapaz de leer lo que pone en las tarjetas y papeles que tengo en las manos. Guardo de nuevo la cartera en la chaqueta. Es azul oscuro, muy elegante, un traje, todo parece muy caro, llevo corbata, zapatos y cinturón de piel, un pesado reloj dorado adorna mi muñeca, también tengo un anillo, posiblemente una alianza.

Fuerzo una vez mas la maquinaria cerebral buscando unas respuestas que no llegan. Confusas imágenes inundan mi cabeza. Hay dolor, muerte, desesperación, guerra, muerte, muerte, demasiada muerte... Cierro los ojos intentando alejar de mi pensamiento tan nefastas ideas. Veo miseria, veo familias llorar enterrando a sus seres queridos, veo cientos de personas que abandonan sus casas, veo niños huérfanos, desconsolados, enfermos y heridos, aviones que bombardean ciudades y acaban con millones de vidas. Mis ojos se empapan, rios de lágrimas corren por mi rostro al tiempo que los recuerdos me traen esas tormentosas imágenes de caos y desolación.

Un estridente pitido aleja de mi cabeza los recuerdos y me devuelve a la realidad, me incorporo pesadamente y me dirijo a la mesa donde un botón rojo parpadea al tiempo que el pitido suena en el altavoz del interfono. Pulso el botón y contesto:
- ¿Sí?
- Señor presidente, la prensa espera para el discurso a las Naciones Unidas.
- Enseguida salgo, dígale a mi asistente que entramos en cinco minutos.
Suelto el botón. Me siento en mi lujosa silla del despacho oval. Acaricio la bandera repleta de barras y estrellas. Sé quien soy, se lo que hago, y llorando, también recuerdo que es lo que hice.